VALLEGRANDE/LA HIGUERA.- Hay misas, se le reza y nos hace milagros", dice Susana Osinaga mientras camina por las polvorientas calles de Vallegrande, un pueblo que parece suspendido en el tiempo. Pero ella no habla de Jesús ni de algún santo, habla de Ernesto "Che" Guevara, el guerrillero argentino que hace 40 años fue ejecutado a 60 kilómetros de aquí, en La Higuera, por el Ejército de Bolivia, después de su fallida aventura revolucionaria en la selva.
Bajo una inscripción en la que se lee "nadie muere mientras se lo recuerde", Osinaga dice, conmovida: "Era como Cristo". Exactamente cuarenta años atrás, ella fue la enfermera encargada de lavar el cuerpo de Guevara. Hoy, en el mismo lugar donde fue limpiado y expuesto, con los ojos abiertos y la barba tupida en la lavandería del Hospital Nuestro Señor de Malta, ella cuenta con emoción que desde aquel día se ha vuelto devota de "San Ernesto" y le reza en un pequeño altar, entre una imagen de Jesús y otra de la Virgen María, en su humilde casa-quiosco en Vallegrande, la ciudad en la que, desde 1967 hasta hace 30 años, permanecieron enterrados de forma oculta en una fosa común los restos del Che Guevara.
Desde aquel día, el de la muerte, muchos de los lugareños, como Osinaga, han "beatificado" sin necesidad de trámites a este personaje que aquí se ha vuelto sempiterno. Para los pobladores está siempre presente, pero presente de un modo distinto al que se observa en el resto del mundo, en donde ha permanecido o bien como inspiración política, o bien como ícono de consumo en la industria del entretenimiento. Aquí, como en La Higuera, la imaginación popular ha hecho de él presencia santa.
Texto do jornal El País, visto no Leituras e Opiniões. Texto completo no Leituras e Opiniões.
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