El Banco Central Europeo (BCE), por exigencia del gobierno alemán, fue creado con una sóla misión: la estabilidad de precios. Su monomisión representaba un explícito rechazo de la misión dual de la Reserva Federal estadounidense: estabilidad de precios y pleno empleo. La explicación habitual de esa opción es la inveterada fobia de Alemania a la inflación, una fobia nacida de la terrible experiencia de la República de Weimar con la hiperinflación. La hiperinflación desacreditó a la República, y suela culpársela de los éxitos electorales de Hitler. Sin embargo, hay que ser cauto con esa explicación, pues no fueron las exigencias de la poblaciónn alemana lo que empujó a la creación del BCE. La creación del euro llevó a la creación del BCE. Las encuestas mostraban que, de haber prevalecido la opinión pública alemana, Alemania habría rechazado ampliamente la adopción del euro. Los empresarios alemanes, particularmente los bancos, empujaron a Alemania a adoptar el euro, asegurándose de que la población alemana no pudiera votar sobre la creación del euro y la adopción de esta moneda por Alemania.
La banca alemana no se fiaba de Italia, y exigió que la única misión encargada al BCE fuera la de prevenir la inflación (más precisamente: cualquier inflación por encima de un 0,5% anual). El BCE tenía que desempeñarse estrictamente conforme a la línea de guerra santa antiinflacionista del Banco Central alemán. El diseño de un BCE exclusivamente centrado en frenar la inflación creó tensiones políticas con Francia, el socio de Alemania en la dirección de la UE. Francia exigió con éxito que el primer director del BCE sirviera sólo la mitad de un mandato, siendo sucedido por un funcionario francés. La obsesión alemana con evitar hasta una modestísima inflación era, sin embargo, compartida por muchos banqueros centrales, independientemente de su nacionalidad, de modo que estos veteranos actuaron como si de conservadores banqueros centrales alemanes se tratara.
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