Se supone que las olimpiadas modernas tienen que ver con dos cosas: promover la paz por todo el mundo mediante una competencia no violenta que esté por encima de la política, y exaltar los logros atléticos. Sin duda casi todos los atletas entran en las competencias olímpicas teniendo en mente lo segundo. Pero promover la paz parece ser casi la última cosa en la mente de los gobiernos cuyo respaldo de sus estructuras atléticas ha sido siempre crucial para el éxito de sus participantes nacionales.
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Para la tercera ronda, Río de Janeiro emergió victorioso con dos tercios de los votos, lo que es un margen inusualmente amplio. No es difícil discernir por qué ocurrió así. Aunque Río es una sede atractiva en sí misma, los miembros del COI votaron menos por Río de Janeiro que por Brasil. Los tres otros candidatos fueron todos del norte –Estados Unidos, España y Japón-. Brasil representaba al sur.
El argumento público principal del presidente Lula es que Sudamérica es el único continente que nunca ha sido anfitrión de los Juegos Olímpicos de Invierno. Eso es cierto, pero pienso que Fidel Castro estaba más en lo cierto cuando de modo exultante describió la votación como un triunfo del tercer mundo
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Y no sólo fue cualquier país del tercer mundo el que ganó la votación. Fue Brasil, uno de los gigantes del sur que se levantan. Lula mismo dijo después de la votación: Brasil pasó de ser un país de segunda a uno de primera clase, y ahora comenzamos a recibir el respeto que merecemos
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